Hoy en día ser activista de Derechos Humanos en nuestras geografías cercanas, puede suscitar polémicas, críticas, aplausos, en cualquier caso respeto y en algún caso enorme notoriedad mediática. Véase el caso de Greta Thunberg, conocida mundialmente por su activismo medioambiental y receptora de varios premios a sus 22 años.
La otra cara de la moneda es la activista de Derechos Humanos Narges Mohammadi, Premio Nobel de la Paz 2023, «por su lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y su lucha por promover los derechos humanos y la libertad para todos». Encarcelada desde hace años en varias ocasiones y desde 2021 condenada a doce años, once meses y 154 latigazos, tras un juicio que duró cinco minutos sin presencia de abogado defensor alguno. Si es que a eso puede llamársele juicio.
A lo largo de su historia, Narges Mohammadi ha pedido justicia, ha acompañado a las familias de víctimas de violencia policial, ha exigido el fin de la pena de muerte, ha denunciado la violencia sexual, ha pasado su vida exigiendo respeto por los derechos más elementales y fundamentales.
Por eso está en prisión, de donde quizá no salga con vida.
En noviembre del año pasado, un mes después de recibir el Premio Nobel de la Paz, empezó una huelga de hambre para reclamar atención médica para sus problemas cardiovasculares. Para su traslado a un hospital las autoridades penitenciarias exigieron que lo hiciese llevando el velo obligatorio para las mujeres iraníes. Se negó. Finalmente, ante su estado alarmante la trasladaron . Las pruebas revelaron que varios de sus vasos sanguíneos estaban bloqueados, lo que requería una operación de angioplastia. Después de la operación fue llevada de nuevo a prisión, en contra de la opinión médica.
El pasado 13 de agosto, con una valentía inclasificable, Narges y otras compañeras de prisión, protestaron pacíficamente,-¿podría ser de otra forma en una cárcel iraní?- contra la ejecución de presos condenados a muerte y en concreto contra las últimas ejecuciones.
En respuesta todas ellas recibieron una brutal paliza. Narges Mohammadi recibió golpes brutales en el pecho. Se desplomó, ensangrentada. La prisión no facilita asistencia médica en la cárcel, ni traslado a un hospital.
Así son las cosas en Irán, un país que poco o nada tiene que ver con la antigua Persia, una de las civilizaciones más antiguas del mundo y cuyo arte e historia podemos ver hoy en día en diversos museos arqueológicos en Europa.
Amnistía Internacional nos comunica que el estado de Narges Mohammadi es crítico. Sus graves problemas cardíacos y pulmonares se han agravado por las lesiones de la brutal paliza recibida.
Narges tiene 56 años. Es licenciada en Física, ha ejercido como periodista, siempre a favor de los Derechos Humanos en su país y en el mundo. Es autora del libro Las reformas, la estrategia y las tácticas.
Su marido Taghi Rahmani, también activista, se exilió hace doce años en Francia, tras pasar catorce años en prisión. Pero ella quiso seguir en su país, quiso seguir reclamando todos los derechos inherentes a los seres humanos. Sus hijos gemelos, Ali y Kiana siguen en Irán.
He querido traer esta historia a Culturas del Mundo, para denunciar lo que bien podemos llamar anticultura. Ninguna religión, tampoco el Corán en su origen, predica la anulación de la mujer. En el Irán actual se les niega la educación a partir de los doce años. ¿Qué mentes enfermas, sádicas y también estúpidas, pueden, terminando el primer cuarto del siglo XXI, anular a más del 50% de la población? ¿Qué creen que pueden ganar con ello?
Amnistía Internacional está pidiendo firmas para pedir la libertad inmediata de Narges Mohammadi y con ella la de cientos de mujeres iraníes. En Irán puede parecer utópico, en nuestras democracias, con todas sus luces y sombras, es necesario, merece la pena.
Como testimonio de Culturas del Mundo de Teresa Fernández Herrera