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El despertar de Eva... Verano, hijos y el agotamiento invisible de ser madre todo el año

Se acercan las vacaciones escolares y, para muchas madres, no empieza el descanso. Empieza el doble turno.

Parece que el verano solo es sinónimo de descanso para los niños. Las madres seguimos con todo lo de siempre; trabajo, casa, comida, tareas invisible, y ahora, además, sin colegio, sin comedor, sin rutina o a medias, y con calor, mucha calor.

Hay una frase que escucho mucho estos días: “Qué guay, ya casi están de vacaciones”.
Pero por dentro, muchas mujeres piensan: ¿guay para quién?

Porque el verano trae consigo una carga mental importante que no podemos esconder y es que hay algo que rara vez se dice en voz alta…el verano puede ser agotador para las madres.
Organizar qué harán los hijos cada día, si van a campamentos, con quién se quedan, cómo entretenerlos sin pantallas y sin culpa… es un trabajo más y muchas veces un reto, que como siempre acabamos superando pero   trae consigo un trabajo emocional, logístico y físico y, aun así, lo hacemos como siempre, sin que se note, con la sonrisa puesta porque  “es lo que toca”. Pero no, no siempre podemos con todo. Ni deberíamos tener que poder, como siempre   os recuerdo en cada entrega de este despertar.

Y esto no depende de si trabajas dentro o fuera de casa. Es una sensación que atraviesa por igual a madres que están en la oficina como a las que están en casa a tiempo completo, que, dicho sea de paso, siempre reivindicaremos que estar en casa también es trabajo, no remunerado, pero trabajo. Porque la carga está en la cabeza. Y no se apaga nunca, ojalá poder tener   un interruptor y poner off de vez en cuando.

Otra realidad que se suma a todo esto  es  cuando, además, también cuidas a tus padres, y aquí viene una verdad que duele en silencio: muchas mujeres, además de criar, también cuidan a sus padres o madres mayores. Durante el año, quizás el colegio ayuda a organizar los tiempos. Pero en verano, sin esa red, todo se vuelve más caótico.

Hay madres que hacen malabares con campamentos, teletrabajo, comidas y además turnos en el hospital, recetas médicas, cuidados personales, duchas, traslados y un largo etc. para cumplir y estar.

Es el cuidado ampliado, silencioso e invisible. No solo para los hijos. También para quienes un día nos cuidaron.

Estas mujeres están en una especie de “sándwich generacional” porque sostienen a los de abajo y a los de arriba. Y en el medio, se pierden a sí mismas.

A todo esto, súmale, si tienes hijos mayores, el momento de la Selectividad que aquí en España acaba de pasar recién, una etapa cargada de expectativas, decisiones y mucho miedo y lo que ha significado tener a un adolescente en casa, con las hormonas en niveles   de infarto, los nervios a flor de piel y es totalmente comprensible, la mayoría hemos pasado por ahí. Pero ahora como madres nos asaltan las dudas de ¿Sacará nota? ¿Entrará en la carrera que quiere? ¿Y si no lo logra? Pero hay una pregunta que casi nadie hace ¿Cómo está emocionalmente él o ella en medio de todo esto?

Nos enfocamos tanto en el rendimiento, que olvidamos que el mayor éxito es que nuestros hijos estén en paz. No vacíos ni rotos por dentro de tanto exigirse. Debemos recordar que no somos solo madree. Somos persona y en medio de toda esta vorágine, muchas mujeres se sienten culpables por necesitar un momento para ellas.
Por desear un silencio. Por fantasear con una tarde sin demandas.
Y sienten que, si no están 24/7 disponibles, fallaron.

Pero no fallaste. Solo estás cansada. Tienes derecho a estarlo. El amor no se mide en meriendas, planes ni deberes. El amor también está en acompañar con una mirada.
En decir: “no pasa nada si no entras este año a la carrera, estoy contigo”.
En abrazar cuando todo parece ir mal. Porque al final, lo más importante es estar.

Si me estás leyendo con la lavadora encendida, niños saltando o la mente agotada, solo quiero recordarte que no se trata de hacerlo todo perfecto. Se trata de estar. Tu presencia, tu apoyo, tu abrazo. Eso es lo que quedará. No los veranos perfectos, ni las agendas llenas de actividades. Si además estás cuidando a tus padres, más aún. Eres una mujer que sostiene generaciones. Y eso, aunque nadie lo reconozca, es un acto de amor inmenso. Pero también de desgaste, por tanto, mereces parar. Respirar. Ser cuidada.

Este verano, sé una madre real, no te exijas ser la madre perfecta.
Sé la madre real. La que se agobia, la que llora, la que sueña con una hora de silencio.
Y sé también la que se perdona. La que se acompaña. Si tienes hijos pequeños, respira.
Si están en ese proceso de elegir carrera para entrar en la universidad o un grado, acompaña. Si también cuidas a tus padres, abraza tu humanidad.

El amor no se mide en el esfuerzo. Se siente en la presencia. Y tú, mamá, mereces también ese mismo amor que entregas sin medida.

Te dejo mi abrazo más cálido esperando que sigas del otro lado, porque juntas despertamos, aunque no nos veamos.

Abrazos del alma.

Por:  María Piña Calderón

 

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