Featured

El despertar de Eva...Cuando el desapego se convierte en liberación

Nos enseñaron a sostener, no a soltar. A cuidar lo que duele, a cargar lo que pesa. A aferrarnos a personas, lugares, creencias o recuerdos, aunque nos estén marchitando. Desde pequeñas, muchas mujeres hemos crecido en una cultura que nos premia por mantener intacto lo insostenible. Pero El Despertar de Eva no ocurre en el ruido de la retención, sino en el silencio del desapego.

Desapegarse no es dejar de amar, es dejar de doler. No es huir, es elegir. Es reconocer que no todo lo que forma parte de nuestra historia debe seguir formando parte de nuestro presente. Es entender que soltar no nos hace menos fieles, sino más vivas.

Crecimos viendo a nuestras abuelas servirle primero el plato a su esposo, y quedarse con las sobras. Levantarse antes que todos y acostarse después de que todos descansaran. Nunca se quejaban. “Así es la vida de la mujer”, decían. Y nuestras madres lo repitieron. Muchas todavía lo hacen. Y nosotras lo heredamos sin preguntarnos si ese patrón nos pertenece… o nos condena.

Cuántas veces, por no “romper la tradición”, seguimos entregando más de lo que recibimos. Seguimos esperando que el amor nos salve, que el trabajo duro nos recompense, que callar nos proteja. Y mientras tanto, se nos va la vida. Nos vamos apagando. Nos volvemos espectadoras de nuestra propia historia.

Desapegarse, entonces, es también romper con esos mandatos heredados. Es mirar con amor a nuestras ancestras y decir: gracias por lo que hicieron, pero yo elijo distinto. Yo no me voy a conformar con lo que sobra. Yo no me voy a quedar por miedo. Yo no voy a repetir la historia por costumbre.

¿Y qué pasa cuando soltamos? Al principio, silencio. Incomodidad. Vacío. Porque hemos estado llenas de lo ajeno tanto tiempo, que estar con nosotras mismas nos resulta casi un acto radical. Pero en esa pausa también está el poder. El poder de elegirnos, de escucharnos, de reconstruirnos.

Soltar no siempre es dejar una pareja. A veces es soltar la culpa de decir “no quiero más”. A veces es soltar ese apellido que pesa, esa idea de perfección que nos asfixia, esa promesa que ya no vibra. A veces es dejar de responder ese mensaje que sabes que no te trae paz. O soltar ese miedo que heredaste, que ni siquiera es tuyo.

Desapegarse es volver a casa. A ese centro interno donde no necesitamos demostrarnos nada. Donde no hay ruido externo que nos desconecte de nuestra verdad. Es ahí donde comienza la verdadera libertad. La que no depende de nada ni de nadie. La que florece desde dentro.

Hoy quiero hablarle a ti, mujer que me lees o me escuchas. A ti que sabes que hay algo —o alguien— que ya no encaja con tu presente. Que ya cumplió su tiempo. Que te estanca. Que te pesa. A ti te digo: tú también puedes soltar. Tú también puedes dejar de repetir. No estás sola.

Desapegarse no es fácil, pero es profundamente liberador. Y cuando te atreves, descubres que no perdiste nada… ganaste todo: tu paz, tu energía, tu voz. Tu renacer.  Eva no fue expulsada del paraíso: eligió despertar. Y tú también puedes hacerlo.

 

Sociedad