
Durante siglos, el maquillaje ha sido una herramienta que, para muchas mujeres, implicaba cumplir con estándares impuestos por la sociedad: parecer más atractivas, más jóvenes, o más perfectas según cánones ajenos. Sin embargo, los tiempos están cambiando, y con ellos, también nuestra forma de relacionarnos con esta herramienta tan personal. ¿Qué pasaría si dejáramos de ver el maquillaje como una obligación y comenzáramos a usarlo como un acto de libertad y empoderamiento?
El maquillaje no debería ser una imposición ni una máscara para ocultarnos. En lugar de eso, puede convertirse en una elección consciente que honre nuestra autenticidad. Muchas mujeres crecimos bajo la presión de “estar siempre arregladas” o “vernos presentables”, pero esa narrativa ya no tiene que definirnos. Hoy podemos reescribir las reglas y utilizar el maquillaje como un medio para expresarnos y reconectarnos con nuestra esencia.
Imagínalo como un ritual personal. Por ejemplo, empezar tu día maquillándote no para cumplir expectativas externas, sino para tener un momento contigo misma. Escoge colores que reflejen tu estado de ánimo: tal vez un rojo audaz para sentirte poderosa o tonos suaves que te brinden calma. Prueba técnicas que te hagan sentir cómoda, sin preocuparte por si son “correctas” según las tendencias. En este ritual, el espejo no es un juez, sino un aliado para explorar tu creatividad y reforzar tu autoestima.
El maquillaje puede ser un lienzo donde plasmes tu individualidad y te celebres tal como eres. Ya no se trata de esconder imperfecciones o cumplir expectativas, sino de resaltar aquello que te hace única. Al adoptar esta perspectiva, el maquillaje se transforma en un acto de amor propio, un recordatorio de que estás priorizando cómo te ves y sientes según tus propios términos.
Además, este cambio de enfoque tiene un impacto más profundo de lo que parece. Cada vez que decides maquillarte para ti misma y no para cumplir estándares externos, estás enviando un mensaje poderoso a otras mujeres y a las nuevas generaciones: el maquillaje no define tu valor ni tu capacidad, sino que puede ser un medio para reflejar quién eres.
Hay grandes mujeres en la historia que han empoderado a través del maquillaje entre ellas; Elizabeth Arden (canadiense) que, en 1912, regaló su famoso labial rojo a las sufragistas como símbolo de solidaridad, y marchó junto a ellas por la Quinta Avenida de Nueva York, defendiendo la igualdad de género. Hasta aquella fecha pintarse los labios de rojo (e incluso maquillarse) se relacionaba con la prostitución, la inmoralidad y la mala vida. Desde aquel día su uso se normalizó y popularizó entre las mujeres como símbolo de emancipación. A partir de entonces comprendieron que el maquillaje era una herramienta para impulsar y expresar su identidad femenina. Anita Roddick (inglesa) pionera en la cosmética natural, fundó The Body Shop tras ofrecer productos 100% naturales y en envases reciclables desde la década de los 70 y Helena Rubenstein (polaca) creó un verdadero imperio demostrando ser una mujer visionaria y emprendedora. Abrió su primer instituto de belleza en 1902 y suyos son alguno de los inventos cosméticos más revolucionarios, como la máscara de pestañas 'waterproof' o la clasificación de tipos de piel.
Está claro que la belleza exterior no puede existir sin la interior y en ese sentido, aunque a lo largo de toda nuestra vida nos han dicho que el maquillaje es superficial en realidad es un aliado en el empoderamiento femenino.
Empoderarse es elegir, y elegir maquillarte para ti misma es un acto revolucionario. Es una forma de tomar el control sobre tu narrativa, de redescubrirte y de reconectar con la mujer que realmente eres. Porque, al final, el empoderamiento empieza cuando decides qué reglas seguir y cuáles romper.
Por: María Piña Calderón